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domingo, 13 de septiembre de 2015

¿Quién construyó las pirámides?



En un famoso poema, Bertolt Brecht se pregunta, a través de la voz de un obrero: "¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas? En los libros se mencionan los nombres de los reyes. ¿Acarrearon los reyes los bloques de piedra?"
Si bien la pregunta de Brecht se refiere a la Tebas griega, en alguna que otra ocasión se ha citado este poema en relación con la construcción de obras monumentales y de ciudades en el antiguo Egipto. El sentido de esta referencia está en el hecho de que permite visibilizar nuestro habitual desconocimiento acerca de la identidad de los constructores que trabajaron al servicio de los reyes y de sus altos funcionarios.
Ello nos conduce a pensar en las famosas pirámides de la planicie de Giza, en el norte de Egipto, que fueron construidas a mediados del III milenio a.n.e. como tumbas para tres reyes del periodo conocido como Reino Antiguo y cuyo tamaño y disposición las ha convertido en las pirámides más famosas de Egipto.
La más grande de ellas, perteneciente a un rey llamado Khufu (Keops, según los griegos) y construida con gigantescos bloques de piedra, medía originalmente 146 metros de altura y alrededor de 230 metros de lado. Dada la majestuosidad de la obra y la inexistencia de documentos que explicitan cómo fue erigida, se ha especulado mucho sobre el proceso de construcción y la mano de obra empleada, apelándose en ocasiones a la imagen de ingentes cantidades de esclavos, de tecnologías que serían modernas hasta para nuestros parámetros, e incluso fomentando la idea de una intervención de entes extraterrestres. El estado del conocimiento actual en el terreno estricto de la egiptología y de la historia antigua reconoce que tamaña obra, ejecutada a lo largo de décadas mediante sistemas tecnológicos perfectamente compatibles con la sociedad que le dio origen, debió sostenerse en el empleo de gran cantidad de trabajadores que recibían raciones y que, lejos de tener un estatus de esclavitud, debían pertenecer a los sectores artesanos de una sociedad estatal sostenida en la tributación de bienes y servicios.
De este modo, si bien se ha procurado en diversos ámbitos orientados a la vulgarización instalar la sospecha respecto al carácter exógeno de la construcción de la gran pirámide (una antigua civilización superior desaparecida o una entidad extraterrestre), las indagaciones académicas permiten, no sólo no subestimar las capacidades creativas del ser humano, sino tampoco desestimar la capacidad logística y coercitiva de un Estado fuertemente centralizado como el que decidió la construcción de tales obras monumentales.
Entre quienes abordan el problema desde un punto de vista histórico, es decir, allí donde se reconocen las potencialidades creativas del ser humano sin necesidad de recurrir a explicaciones basadas en la existencia de entes extraterrenales, hay quienes afirman que se debe diferenciar entre aquellas poblaciones que debieron haber podido realizar este tipo de obra monumental y aquellas cuya inferioridad en términos de desarrollo o civilización las habría hecho materialmente incapaces.
En el Egipto antiguo, el primer grupo corresponde a los periodos de dominación estatal, cuyos primeros indicios se testimonian en el registro arqueológico a partir de mediados del IV milenio a.n.e. y cuyo momento de fuerte centralización del poder político hacia mediados del III milenio a.n.e. se corresponde con la construcción de las grandes pirámides, las cuales de hecho son un indicio bastante elocuente de las capacidades coercitivas y logísticas del Estado de este periodo. El segundo grupo, en cambio, lo constituyen las comunidades que habitaron el valle del Nilo en los periodos previos a la aparición de lo estatal, de las cuales lo poco que sabemos proviene del registro arqueológico (fundamentalmente tumbas, aunque también se han excavado antiguas áreas de residencia), el cual permite inferir una organización comunal basada en lazos de parentesco.
Esta separación interpretativa entre ambos tipos de población y sus respectivas potencialidades se basa en un hecho concreto: las obras monumentales que nos ocupan fueron efectivamente construidas en contextos estatales y no en los periodos previos a la aparición del Estado. Lo que en todo caso supone una lectura sesgada es cierta afirmación según la cual tal diferencia es expresión de una capacidad o incapacidad intrínsecas a los variados grados de civilización o desarrollo representados por las entidades sociales estudiadas, donde el tipo de realización arquitectónica que venimos considerando no sería otra cosa que un indicador de progreso.
Damos la razón a la consideración general (aun cuando lo "monumental" permanece en el terreno de lo cuantitativo y, por lo tanto, su evaluación necesariamente será relativa en función de los distintos contextos de estudio). Pero debemos señalar que el énfasis puesto en la incapacidad material es cuando menos discutible. Una comunidad no estatal, como aquellas que habitaron el valle del Nilo antes de la aparición de lo estatal hacia mediados del IV milenio a.n.e., difícilmente hubiera realizado tamaña obra, no importa si por incapacidad, sino por el más inmediato motivo de que una comunidad no estatal no habría concebido un monumento que conmemorara la presencia de lo estatal en la tierra, esto es, la conexión de la realeza con el cielo, el carácter divino del rey como expresión simbólica de un poder terrenal lo suficientemente concreto como para incidir en las pautas de vida social de los habitantes del valle a lo largo de más de 1.000 kilómetros.
Abusando un poco de la terminología proveniente de nuestra experiencia contemporánea, diremos que la comunidad no estatal no construiría una pirámide u otras tantas obras monumentales, no por incapacidad, sino por desinterés, porque aquellas obras no tendrían ningún tipo de referente en la cosmovisión, en las pautas de vida y en los intereses de la comunidad. Se puede afirmar que, logísticamente, no habrían podido realizarlas, pero eso es irrelevante, pues lo que interesa es que tales monumentos no habrían tenido sentido para la experiencia cotidiana de las comunidades no estatales.
De este modo, retomando a Brecht, efectivamente los bloques de piedra con los que se construyeron los grandes templos, ciudades y tumbas no fueron cargados por los reyes. Pero dichos monumentos sí fueron concebidos por el Estado, su construcción fue ejecutada por el Estado, su sentido está dado exclusivamente por la existencia del Estado. Y su inexistencia previa a la aparición de reyes y funcionarios no es síntoma de incapacidad, de carencia o de escaso desarrollo en términos de civilización, sino que es expresión de la afirmación de un orden sociopolítico determinado, de un tipo de vida social más difícil de reconocer en el registro documental (por la precariedad de la evidencia disponible) pero a todas luces comunitario, basado en la existencia de lazos de solidaridad y de ayuda mutua. Es decir, de un mundo sin Estado.

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