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lunes, 28 de septiembre de 2015

El mono disidente que se negó tajantemente a abrazar el capitalismo y dio un portazo cuando abandonó su jaula. [extracto]



Un experimento atribuido al polémico psicólogo norteamericano Harry Harlow cobró fortuna en las explicaciones sobre los procesos de adquisición de cultura. En el ensayo, cinco macacos encerrados en una jaula. En el centro, una escalera y encima de ella, manojos de plátanos. En el techo, una sospechosa manguera. Cuando el primero de los monos subió por la escalera a por el botín, una ducha helada cayó encima de todos los macacos. Como esto ocurría cada vez que alguno pretendía subir por la escalera, los monos decidieron golpear al atrevido que, por hacerse con un plátano, generaba la ira divina del castigo colectivo. En el experimento, uno de los macacos abandonaba la jaula y era sustituido por otro ajeno a la historia. El recién llegado, al ver los suculentos plátanos se lanzaba raudo escalera arriba. Antes de que llegara a alcanzar el premio veía cómo sus cuatro compañeros de jaula le propinaban una paliza. El recién llegado no llegaba entender qué demonios ocurría. Sólo conocía el mensaje: no subas por la escalera a por los plátanos o vas a recibir una golpiza.

En el experimento, un segundo macaco era sustituido y, como era normal, el nuevo se lanzaba hacia la escalera a por el manjar. Para sorpresa de los investigadores, el mono que no había recibido la ducha de agua fría pero sí los golpes se unía a la tunda que daban al nuevo invitado. Así hasta completar la total sustitución de los macacos. Al final, ninguno de los habitantes de la jaula había recibido nunca la ducha de agua helada, pero todos participaban puntualmente en el vapuleo que recibía cada mono recién integrado. Es probable que el último macaco golpeado mirara a sus cuatro compañeros preguntándoles por qué le estaban pegando. Los monos a su vez se mirarían entre sí sin tener una respuesta —nunca habían recibido la ducha de agua fría—, pero algo sabían sin fisuras: «Esto es lo que hay, así son las cosas aquí desde siempre, no pretendas venir con nuevas reglas.» Cuatro macacos, no sabían por qué, golpeaban al ignorante que se incorporaba al grupo y pretendía hacer lo más lógico: coger las bananas. Sólo quien, llegado el caso, ignorara ese aprendizaje lograría la libertad para el grupo y, además, el alimento.

¿Cuántos aspectos de nuestra vida son normas aprendidas sobre las que no nos preguntamos? Aún más: normas aprendidas capaces de frenar nuestra inquietud erótica ante lo novedoso, lo diferente, lo extraordinario, lo no escrito. Como explica Lakoff, siempre percibimos la realidad encuadrada. Y, fuera del cuadro, la excesiva libertad nos abruma.

El sistema capitalista se caracteriza por que los medios de producción son privados. No hace tanto tiempo, el grueso de la humanidad era dueña de sus propios medios. La desposesión y la expropiación de tierras a gran escala crearon las bases de acumulación que iban a construir un sistema que lleva diez siglos desarrollándose, que tuvo dos siglos de auge y lleva casi otro de declive. Por si no bastara expulsar de sus tierras a los campesinos, se hicieron leyes de pobres y vagos para obligar a todo el mundo a entregar su jornada a los dueños de los medios de producción. La esclavitud y las guerras hicieron el resto. Se entregó al cruce de la oferta con la demanda qué producir y a qué precio (cosas de las que en algún momento se había encargado la Iglesia) y las crisis regulares que sufre este sistema se explicaron como naturales o se achacaron a las interferencias del Estado. Y se fue normalizando que todo pudiera convertirse en una mercancía que generara a alguien alguna ganancia en un mundo guiado por la competencia.

El sistema lo construyó un centro y lo exportó a sangre y fuego a la periferia. Repartió algo de juego, pero se quedó con el monopolio, como cuenta Samir Amin, de las cinco joyas de la corona capitalista: el monopolio de las tecnologías (el centro ve con malos ojos que otros tengan satélites o servidores de Internet); el control del acceso a los recursos naturales en cualquier rincón del planeta (ven con malos ojos que los pueblos defiendan su agua, sus riquezas, su biodiversidad); el control del sistema financiero global (ven con malos ojos que se creen bancos del sur o formas financieras desconectadas del centro), el control de los medios de comunicación y las redes informáticas (ven con malos ojos que se creen agencias de noticias alternativas, que la red sea libre, y se les inyectan los ojos en sangre cuando los Manning, los Assange o los Snowden descubren sus tropelías), y el monopolio de facto de las armas de destrucción masiva (no ven con buenos ojos que otros países se armen, aunque Estados Unidos corre con el 25 por ciento del presupuesto internacional de gasto en armamento).

No es extraño que las grandes revueltas contra el modelo se hayan hecho en nombre de la lucha contra el imperialismo y de la superación del modelo económico: la Revolución rusa, la Revolución china, la descolonización africana y asiática, las revoluciones cubana y nicaragüense y, ya en la actualidad, los procesos de Venezuela, Ecuador o Bolivia. El sistema capitalista, recurrentemente, tensa la cuerda y sólo se ha roto cuando se ha convocado a los pueblos a construir otro modelo menos dañino. El problema es que, ese tira y afloja siempre puebla la historia de muchos cadáveres.

El marco de la democracia liberal y de la economía de mercado es el único sancionado por la academia, los partidos, los medios, las iglesias y el sentido común de la época. Fuera de él, ruina, abismo, castigo. ¿Quién va a querer subir a por los plátanos? Arrancar la manguera puede ser una primera decisión. Buscar a los responsables de los experimentos, otra. Por fin, desmantelar los falsos argumentos. Dime quién te insulta y te diré quién eres. Cuando ladren, podremos decir eso de que cabalgamos. Salir de la jaula dando un sonoro portazo.

Extracto del libro: Curso urgente de política para gente decente - Juan Carlos Monedero.


Video: 5 monos - Como crear la mentalidad de las masas.



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